I Concurso de microrrelatos y podcast contra la violencia de género

El día 23 de noviembre se celebró en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca un acto por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer en el que se hizo público el fallo del jurado del concurso.

Modalidad: podcast

El jurado declaró desierto el premio de podcast.

Modalidad: microrrelatos

El jurado decidió otorgar los siguientes premios:

Primer premio: La tela invisible, de Julia Carabias Gómez.

Tengo una pequeña araña en mi habitación. Apareció el otro día en la esquina y cuando me acerqué para quitarla me di cuenta de lo bella que era. Al contrario de lo que se podría pensar, esta arañita es maravillosa, ha pintado mi habitación de colores y cada día me hace sentir más bonita y feliz. Me hace muchos regalos y sentir querida… tanto que está empezando a tejer su tela alrededor de mí, ¡Para poder acompañarme a todas partes! En mi casa no me entienden, dicen que debería deshacerme de ella, ¿acaso no ven lo bien que estamos juntos? Cada vez paso más tiempo con ella, he preferido quedarme más en mi habitación; me lo ha pedido, por nuestra relación lo que haga falta.

Ya casi no veo a mis amigos, pero ¡Ay si vieran lo bonita que está quedando esta tela…! Me rodea, me cuida, me da el calor que necesito. Sí, me rodea, aunque ya casi no se vean los colores de nuestra pared. Tampoco se ven ya ni el cariño ni las sonrisas. Solo respiro dolor. La pequeña araña inofensiva se ha convertido en mi peor pesadilla. La tela rodea toda la casa. Poco a poco me va costando más respirar, apenas puedo moverme, casi no siento nada… hasta que me ahogo y voy perdiendo el aire que me queda. Alguien llama a la puerta, a duras penas entra un rayo de luz por la bisagra y lo veo. Veo el reflejo de unas tijeras.

Accesit ex aequo: El limonero, de Ángela González Gallego.

El olor a café impregnaba la habitación y como cada mañana, me senté en el viejo sillón de terciopelo amarillo. Mientras mordisqueaba una galleta de jengibre cogí el cuaderno que descansaba junto a la lámpara y lo abrí.

Cuando era una niña odiaba el amarillo. Sin embargo, era su color favorito. Decía que olía al limonero, sonaba a aventuras y era el estandarte de las Valientes. Yo siempre le miraba pensativa. “No lo entiendo abuelito, es un color feo, a casi nadie le gusta”. Él me ponía su gorra y sonreía “Es un color único, auténtico”.

“Abuelito, de mayor quiero ser vulcanóloga para encontrar diamantes”.

“Abuelito, también me gustaría ser bailarina, para contar historias al resto del mundo”.

“Abuelo, seré amazona para cuidar y enseñar a los caballos”.

Estaba sentado en las escaleras con su taza de latón en mano. “Compañera, Abuela y yo nacimos en una época de mucha necesidad, nosotros teníamos muy poco y no pudimos estudiar” dejó la taza en el suelo. “Da igual lo que diga la gente, no dejes que te inspiren Miedo, solo es desconocimiento y envidia. Cuando seas mayor y tengas que elegir quién quieres ser, ignora las voces que oprimen. Sé una mujer libre y brilla, como el limonero”.

Y así hice.
Y ahora entiendo por qué mi abuelo me hablaba de aquello, rompiendo el Silencio.
Y ahora llevo mi mensaje, su mensaje, y lo comparto en mis cuentos.
Porque nunca sabemos quién necesitará un pequeño gran limonero.

Accesit ex aequo: Los colores de las mariposas, de Blanca Zan Fernández.

Mamá es mi ángel de la guarda. Es muy valiente y me enseña a ser valiente también. Gracias a ella, cuando papá habla muy alto ya no lloro, porque me tapo con la manta y espero hasta que mamá viene y se tumba a mi lado para que no me asuste. Porque no son gritos, es solo la voz de mi papá. Y ahora ya no tengo pesadillas, porque me coge las manos con las suyas y me acaricia hasta que me duermo. Mamá tiene unas manos muy bonitas y pálidas porque a mamá no le gusta salir a la calle, siempre tiene frío. Me dice que mis ojos azules le recuerdan al mar. Mamá también tiene los ojos azules, a veces se le enrojecen si está con papá, pero es porque él siempre le regalaba rosas rojas y se acuerda de esos momentos. Ella siempre espera a que esté dormida para ir a dormir con papá. Si no estoy dormida, me giro y le toco la carita y le pido que se quede un poco más, porque no me gusta estar sin ella. La cara de mamá es muy bonita también. A veces es de muchos colores, como las mariposas. Un día me habló de que eran libres. Me dijo que le gustaría ser una mariposa. A mí también me gustaría. Y así podría volar al cielo con ella, porque papá no quiso esperar a que aprendiese a usar mis alas, ni la quiso a ella.

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